Rubén Darío murió en 1916 y el centenario de su fallecimiento se conmemoró en 2016. Sus textos siguen siendo leídos y citados más de un siglo después. En crónicas, ensayos y poemas, Darío sostuvo una crítica constante. Denunció de forma sistemática el avance del poder estadounidense sobre América Latina, señaló sus métodos bélicos y advirtió sobre sus ambiciones territoriales. Esa denuncia, escrita desde distintos géneros y momentos de su vida, trascendió su tiempo y se proyectó sobre los procesos que atravesaron a América Latina en las décadas siguientes. En ese contexto, cuando el panamericanismo comenzaba a presentarse como una propuesta de integración continental, Rubén lanzó una alerta a los pueblos de América. La escribió en Costa Rica, el 15 de marzo de 1892.

 “Por el lado norte está el peligro. Por el lado norte es donde anida el águila hostil. Desconfiemos, hermanos de América, desconfiemos de esos hombres de ojos azules que nos hablan sino cuando tienen la trampa puesta. El país monstruoso y babilónico no nos quiere. Si es que un día, en fiestas y pompas, nos panamericaniza y nos baquetea, ello tiene por causa un estupendo humbug. El Tío Samuel es el padre de Barnum. ‘América para los americanos’ no reza con nosotros. América para el hombre de la larga pera, del chaleco estrellado y de los pantalones a rayas.”

En otro momento de su obra, Rubén Darío traslada su denuncia a los hechos y señala los proyectos que se movían alrededor del Caribe y Centroamérica. “Los Estados Unidos quiere comprar a Cuba y descuartizar a Nicaragua. ‘¡Anexión!’ dicen por allá. ‘¡Canal!’ exclaman por acá. Anexión nunca. Lo que se sueña es Cuba de Cuba ni de España ni del Yankee. Canal, magnífico. Sin que se les deje tomar un dedo de la mano, porque si toman el dedo se llevarán todo el cuerpo. Y nada de tratados de reciprocidad, con quien al hacerlo el tratado nos pone la soga al cuello. El hombre del Norte: ¡he ahí el enemigo!”

El poeta también incorpora episodios históricos concretos vinculados al tránsito, la fiebre del oro y la intervención extranjera: “En tiempo de Walker era el tránsito por Nicaragua de aventureros que iban a California con la fiebre del oro. Y con unos vaporcitos en el Gran Lago, o lago de Granada, comenzó la base de su fortuna el abuelo Vanderbilt, tronco de tanto archimillonario que hoy lleva su nombre. William Walker era ambicioso; mas el conquistador nórdico no llegó solamente por su propio esfuerzo, sino que fue llamado y apoyado por uno de los partidos en que se dividía el país. Luego habrían de arrepentirse los que creyeron preciso apoyarse en las armas del extranjero peligroso. Walker se comió el mandado. Se impuso por el terror, con sus bien pertrechadas gentes. Sembró el espanto en Granada. Sus tiradores cazaban nicaragüenses como quien caza venados o conejos. Fusiló notables; incendió, arrasó. Y aun he alcanzado a oír cantar ciertas viejas coplas populares. No se decía yanquis, si no yanques.”

En continuidad, el poeta nicaragüense describe el anexionismo promovido por sectores internos y la búsqueda deliberada del respaldo estadounidense. “Por odio al gobierno de Zelaya se formó una agrupación yanquista, que envió a Washington actas en que se pedía la anexión, que paseó por las calles entre músicas y vítores el pabellón de las bandas y estrellas, clamando por depender de la patria de Walker, dando vivas al presidente de la Casa Blanca; y se buscó a cada paso la ocasión de la llegada de un ministro, de un cónsul, de un enviado cualquiera de los Estados Unidos, para manifestar las ansias del yugo washingtoniano, el masoquismo del big stick.”

Después de exponer el anexionismo y sus expresiones políticas, el príncipe de las letras castellanas avanza hacia el funcionamiento interno de la intervención y deja por escrito cómo se ejecutó, quiénes la impulsaron y de qué manera se impuso el control sobre Nicaragua. “Dos yanquis hacen volar dos buques nicaragüenses, con todo y la tropa, en el Río San Juan. Zelaya los captura y los fusila, luego de un juicio que los condena a muerte. Los Estados Unidos, veían en Zelaya a alguien hostil a sus designios, presiona y logra la renuncia del mandatario. El Secretario de Estado norteamericano, el Señor Knox, dueño de minas en Nicaragua, propició la nueva intervención en Nicaragua, intervención que duró hasta 1925, período durante el cual Nicaragua fue gobernada por Los Estados Unidos. Knox impuso en la presidencia al empleado de sus minas en Nicaragua, Adolfo Díaz, con el apoyo de los marines. ‘Hemos realizado indirectamente la eliminación de Zelaya y del zelayismo’, admitió, sin vergüenza alguna, Mr. Knox.”

Después de describir la intervención armada y la imposición política, Rubén Darío muestra que el control no se ejercía solo por la fuerza. En sus escritos deja constancia de cómo la dominación avanzaba también por la vía administrativa y financiera, mediante préstamos, comisiones y mecanismos diseñados para tomar el control de los recursos del país. Para Darío, estas operaciones formaban parte del mismo engranaje que había permitido la ocupación y la pérdida efectiva de la soberanía.

“Los yanques ofrecieron dinero; y enviaron una comisión para encargarse del cobro de los impuestos de aduana, después de la llegada de cierto famoso Mr. Dawson, perito en tales entenderes por su práctica en Panamá y en la República Dominicana. Y se iba a realizar la venta del país, con un ruinosísimo empréstito, negociado en Washington.”

Después de detallar los mecanismos de la intervención, Rubén Darío deja asentado el resultado final de ese proceso sobre Nicaragua y lo hace como constatación directa de una soberanía ya vulnerada, visible en los hechos y en las decisiones impuestas desde fuera.

“De hecho, el imperio norteamericano se extendía sobre el territorio nicaragüense, y la pérdida implícita de la soberanía era una triste realidad aunque no hubiese ninguna clara declaración al respecto. Dícese estando reunido el congreso de Nicaragua para tratar de la reforma de la Constitución se recibió un cablegrama de la Casa Blanca en el cual se ordenaba que no se tratase de la reforma de la Constitución hasta que llegase un comisionado del gobierno de los Estados Unidos.”

Esa misma mirada atraviesa también su escritura dirigida al poder estadounidense de forma frontal. En A Roosevelt, Rubén Darío escribe desde la experiencia histórica de América Latina, nombra al imperio sin eufemismos y ubica frente a frente dos mundos en conflicto. No hay debilidades ni tampoco diplomacia en el planteamiento. Hay identificación del poder, reconocimiento de su fuerza y, al mismo tiempo, afirmación de una América que existe, que piensa y que no se rinde. “Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza. Mas la América nuestra que tenía poetas desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, que consultó los astros, que conoció la Atlántida, vive. Y sueña. Y ama. Y vibra. Tened cuidado. ¡Vive la América española!".

En otro registro, Darío separa fe y conquista al presentar Pax, en el contexto de la guerra mundial. “Yo creo, sin embargo, en el Dios que anima a las naciones trabajadoras, y no en el que invocan los conquistadores de pueblos y destructores de vidas, Atila, Dios and Company Limited. Yo creo en ese Dios.”

Finalmente, en 1898, Rubén Darío fija su posición frente al poder del Norte en El triunfo de Calibán, un ensayo en el que aborda de manera directa la expansión estadounidense y su impacto sobre América Latina. 

“No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros. Así se estremece hoy todo noble corazón, así protesta hoy todo noble corazón, así protesta hoy todo digno hombre que algo conserve de la leche de la loba.”

A lo largo de las diferentes obras de Rubén Darío, su mirada sobre el poder, la modernidad y la expansión norteamericana fue tomando forma hasta convertirse en una denuncia directa, tras haber estado en las entrañas del monstruo y convertir su palabra en testimonio.

“Y los he visto a esos yankees, en sus abrumadoras ciudades de hierro y piedra y las horas que entre ellos he vivido las he pasado con una vaga angustia. Parecíame sentir la opresión de una montaña, sentía respirar en un país de cíclopes, comedores de carne cruda, herreros bestiales, habitadores de casas de mastodontes. Colorados, pesados, groseros, van por sus calles empujándose y rozándose animalmente, a la caza del dollar.”

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